EL ABUELO TOLEDANO
1-
Amanecer en el pueblo
Amanece, la luz se
extiende pausadamente en el horizonte, en singular batalla contra la penumbra
que se retira cansada a su lecho.
Los “cantos” de los
cerros, las zonas arbóreas e incluso el cielo mismo, van formando un tímido
relieve, salpicado por una fugaz neblina.
Destacaba en el
centro del pueblo la Torre de la antigua Iglesia, alta, carcomida y majestuosa.
Junto a ella, revoloteaban los pájaros con un ceremonioso estruendo.
En aquellos muros sin
historia, sin apenas hechos de interés, se forjó a través de los años un cúmulo
de miseria, humildad, fe y tristezas
La luz intenta
esconderse entre las grietas haciendo un ademán de fortaleza, mientras el reloj
hacía sonar las campanadas sin prisa, con un corto tintineo que quedó cuajado y
desperdigado en el aire.
Pronto, llegó un
doblar de campanas que helaba la sangre, y hacía de por sí más triste la
acuarela del valle, las campanas tocaban ¡A muerto!...
El Valle quedaba
sumergido en un abismo, en cuyo cénit brotaba la flor del culto. Los castaños
abandonaron su letargo para jugar con la luz y el viento, moviendo sus vetustas
ramas. Todo empezaba a transformarse…
Para el abuelo nada
se transforma, todo sigue el mismo curso, puesto que hace tiempo su vida iba
contra reloj.
Su cara surcada de
arrugas enamoradas del sol ardiente, su pelo blanquecino y lacio que iba
desapareciendo poco a poco, y su pequeño cuerpo tembloroso, denotaban la misma
fría imagen de una vejez que no le avisó.
Su casa, hacía tantos
años que no se cuidaba…. ¿Quién se acordaría del abuelo…?. Había pasado a ser
otro mueble inservible entre los pocos de la casa.
Miró al cielo una vez
más, y aunque no vio las últimas estrellas que ya desparecían, su mirada se
perdió en el infinito de su ceguera.
Después de esto,
salió de su refugio caminando corta y pausadamente, con gran esfuerzo,
recorriendo (su calvario) una vez más, por las húmedas callejas que han sido testigos
de su vida.
Un delicioso olor a
pan, que jugaba entre las esquinas de las viejas casas, cuajó en la dormida
mente del abuelo.
Eran recuerdos que
llenaban de imágenes teñidas en blanco y negro el ambiente que respiraba, como
si el tiempo jugara a ser joven en un cuerpo al que no le quedaba más por
sufrir.
3-
Recuerdos
Recordó el abuelo
aquellos días, cuando de joven bailaba en la plaza del pueblo, con aquella joven
moreno de cabellos largos. Aquellos mozos que el tiempo borró sus cuerpos en la
tierra y que dejó un vacío sin su presencia. Aquella guerra que a tantos
confundió. Aquellos huérfanos de la tierra. Aquel odio que pronto transformó
todo en pobreza.
Más pobreza…
El abuelo no puede evitar
que sus ojos se humedezcan, pensando en los que le dejaron, los que marchando
hacia el crepúsculo eterno, sin decir adiós.
Al abrir la
portezuela del huerto, recuerda que en ese pedazo de tierra ha dejado setenta años
de su vida, y el único fruto que maduró se llamaba…miseria...
Campos mutilados por
los hijos de la indiferencia, que paseaban sus garras por parajes y caminos,
por valles, montes y llanuras…sumiéndolo todo en un ocaso.
Recordó el abuelo a
su mujer, la más trabajadora y religiosa de la región. ¿De qué le sirvió…?.
A sus hijos los sacó
del pueblo de chicos, y los mandó a un colegio de curas en no sé qué región.
Tuvo que vender el pajar, el olivar y unas cuantas cepas.
Muchos años después, murieron
todos y al quedarse solo y al paso del tiempo, quisieron enviarle a una
residencia…..pero juró con la escopeta entre sus manos, que no iría solo.
4-
Su historia
Las campanas
redoblaron otra vez…
¡A muerto!...
Con pulcritud, quedó
la atmósfera inundada con aquel sonido seco y ácido, que daba la impresión de
ensordecer.
Turbado, quedó momentáneamente
inerte, flotando en un mundo irreal que pronto dejaría de existir.
Volvió a empezar su
caminar paupérrimo, y cuando se acercó a la bodega de la plaza, tropezó con el
médico, que reprochó que bebiera…
-
¡No ves que te estás matando!
-
¡Qué demonios, yo soy fuerte! – le respondió
sobresaltado, y sin hacerse esperar entró.
La mirada del médico
y su pensamiento coincidieron:
-
Abuelo, con cuanto gusto te devolvería la juventud…
Al llegar el mediodía
se reunió con tres de sus coetáneos y empezaron una partidita de dominó. Salpicada
de palabras malsonantes, entre cierre y cierre, va llegando la hora de comer…
-
¡Haber cerrado a pitos, “Negriles”….!
Al volver a casa, las
patatas hervían en el puchero de barro que parecía bailar en el rescoldo de la lumbre.
Era la única que desprendía un poco de alegría en la ruinosa casa.
Su lenta mirada fue a
posarse en un viejo cuadro, torcido como todo
lo demás. Representaba a un hombre y a una mujer con trajes típicos del
lugar. Ellos levantaron, con apenas recursos, aquella casa y a los cinco hijos
que fueron muriendo en intervalos simétricos, faltando ya sólo él. Puñados y
puñados de esfuerzos, tiempos, esperanzas y desgracias, truncados por el
destino.
-
¡Dios mío, no tardes mucho! – balbuceó para sus
adentros.
El destino es
imparable, y el abuelo bien o sabe. Fluye del exterior hacia dentro de los
cuerpos. No mira edades ni posiciones, y siempre….tiene víctimas.
Sentado a la puerta
de su casa, en una silla destartalada de mimbre, pasea su vista por la empedrada
calle y distingue (con esfuerzo), dos figuras que apresurándose se dirigen al
“Rosario” de la tarde, con sendos trajes negros.
Al pasar les hace un
gesto, y luego sigue con su resignación por el peso de su pasado, el martirio
del presente y la esperanza en el futuro que no tendrá, pero que le ahorrará
más penalidades. En el futuro está su esperanza, un futuro incierto e
imperfecto para todos.
¡Quién diría que con
diecisiete años apenas sabía escribir su nombre!. Todavía recuerda cuando
siendo niño, preguntó a su padre que cuándo iría a la escuela.
-
¡La escuela es de señoritos!...¡
-
¡Nosotros somos hijos de la tierra! – Le dijo con
tono serio.
La vida del abuelo
fue una historia sin historia. Una pasado que es presente.
5-
La noche
La noche apretaba en
el mes de otoño. La tenue claridad se retiraba lentamente. En el cielo volvían
a aparecer los puntitos débiles de luz brillante, esa luz inalterable que nunca
se extingue. La gente del pueblo ya estaba acostumbrada, pero cuántos querrían
tener esa paz y quietud. Hay tantos que no lo pueden ver…
Para el abuelo, su
mundo acaba a las ocho. Con la oscuridad también muere su pequeña y triste
historia del día.
A lo lejos, se oye el
murmullo de un grupo de mujeres que miran incesantemente en todas direcciones,
pendientes de quien pasa o no. Y por encimas de las casas las chimeneas,
sueltan un humo lento que se va perdiendo en el cielo, en la nada…
La luna aparece de
prisa, iluminando los tejados. Parece querer huir del enjambre, y entre las
nubes dibuja románticos destellos, mientras el pueblo va quedando en silencio,
interrumpido por el monótono sonido de los grillos…
De vez en cuando, una
atrevida estrella fugaz cruza el firmamento, saluda a la “Osa Mayor” y cae
majestuosamente, deshaciéndose en la nada.
En el cementerio, el
mármol juega con las sombras, y las ramas de los árboles (envidiosas),
coquetean con el viento.
6-
Epílogo
A la mañana
siguiente, el abuelo yacía en su diván, rodeado completamente de soledad y oscuridad.
Un corrillo de gente se agolpa en la puerta, mientras el cura, sin prisa,
saluda y entra en la casa para oficiar el último sacramento.
A lo lejos, cientos
de pájaros vuelan haciendo círculos. Cantan sin parar, y sus gritos se mezclan
melancólicamente junto al “tañer” de las campanas, que tocan felizmente para el
abuelo….
¡A
muerto….!
CONCURSO LITERARIO
EL REAL DE SAN VICENTE (TOLEDO)
(VERANO DE 1997)
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