¡Oh copa silenciosa!, roja de la cabeza a los pies,
¿qué sentías
cuando dabas vueltas
en la rueda del alfarero,
antes de que el alfarero te arrojara al mundo?
Sentía un impulso consciente en mi arcilla
por abandonar
las manos del gran alfarero
que quemaban como el fuego.
Sentía la dolorosa
sensación de quedar encerrada
en mi presente forma.
Antes de la hora fatal
en que me sentí cautiva en la rueda del alfarero
y convertida en esta copa soñada carmesí,
solía sentir
la fragante amistad de las florecillas
cuyas raíces se hundían profundamente en mi pecho.
El alfarero ha cortado mi aliento vital
y me ha dado una forma que es mi muerte;
mejor era mi estado anterior, natural y sin forma
con una flor ardiente en mi pecho.
Fuera de la alfarería, sobre la acera,
alineadas en pacientes filas, las jarras de arcilla,
bajo un cielo dorado cubierto por nubes cobrizas
esperando ser vendidas en cualquier momento.
Aunque no tenemos lengua, sentimos
rencor hacia la rueda del alfarero
que moldeó lo que no tenía el menor defecto,
para formar lo que no tiene razón de ser.
hubiéramos renunciado de buena gana a esa belleza
y, durmiendo en el barro, nos habríamos librado
de la encantadora tiranía de la forma.
Algunas de nosotras, cansadas de ser, nos dejamos caer
y nos hacemos añicos en la tienda del alfarero.
¡Qué patético! ¿Qué le importa al alfarero
la angustiosa soledad de las jarras de barro?
Hace tiempo, yo era un
alfarero que podía sentir
mis dedos moldeando la blanda arcilla
para tornearla sobre la rueda:
pero ahora, con la sabiduría tardíamente alcanzada,
he perdido aquel orgullo.
He dejado de ser alfarero
y he aprendido a ser arcilla.
Antiguamente era poeta
a través de cuya pluma
innumerables canciones llegaron
a conquistar los corazones de los hombres;
pero ahora, con un conocimiento recientemente alcanzado
que hace mucho tiempo había olvidado,
he dejado de ser poeta
y he aprendido a ser canción.
En tiempos pasados,
yo era fabricante de espadas,
que en cien campos de batalla
brillaron y resplandecieron gloriosas;
pero ahora que estoy rebosante
del silencio del Señor,
he dejado de ser constructor de espadas
y he aprendido a ser espada.
En días pasados fui
un soñador que podía lanzar
a todas partes mi insolencia
de perlas y esmeraldas;
pero ahora que permanezco postrado
a los pies del Supremo,
he dejado de ser un soñador
y he aprendido a ser un sueño.
Cántaro de agua de Sartajada (Toledo) de forma globular con un asa y boca ancha, decorado con una linea ondulada incisa en el hombro
https://youtu.be/mY-NK9yYbcA