domingo, 14 de septiembre de 2025

“El farol de la calle del Cristo de la Luz” (El milagro de los 300 años)

“El farol de la calle del Cristo de la Luz” (El milagro de los 300 años)
 
 
Unas breves pinceladas...
 
Cuando Alfonso VI conquistó Toledo en 1085, entró en la ciudad acompañado por el Cid. Al pasar junto a la antigua mezquita de Bab al-Mardum (hoy conocida como Cristo de la Luz), el caballo del Cid se arrodilló frente al edificio. 
 
Intrigado, el rey ordenó derribar un muro y, al hacerlo, encontraron detrás un farol aún encendido que llevaba más de 300 años iluminando una imagen de Cristo crucificado.
 
El hallazgo se interpretó como un milagro, ya que la lámpara habría permanecido encendida desde la ocupación musulmana de la ciudad hasta la reconquista, sin apagarse nunca. Desde entonces, se colocó allí una cruz y la mezquita pasó a ser ermita cristiana bajo la advocación del Cristo de la Luz.
 
 
La leyenda cuenta:
 
En el silencio grave de Toledo, cuando las torres de sus iglesias aún eran minaretes y las callejas olían a especias y a misterio, se levantaba la mezquita de Bab al-Mardum, pequeña y recogida como un cofre oculto. Sus muros de ladrillo rojo parecían guardar un secreto que nadie había de revelar hasta que el tiempo lo dispusiera.
 
 
Pasaron los años, y la ciudad cambió de manos. Una mañana de 1085, el rey Alfonso VI entraba triunfante por las puertas de Toledo. A su lado marchaba el Cid Campeador, erguido y silencioso, con la espada aún húmeda del rocío. 
 
Al pasar por aquella humilde mezquita, sucedió lo inesperado: el corcel del Cid, animal orgulloso y fiero, se detuvo de pronto y se arrodilló con reverencia, como si adorara algo invisible que latía tras aquellos muros.
 
 
Los presentes quedaron sobrecogidos. El Cid sujetó las riendas, sorprendido, y el rey, intrigado, ordenó derribar parte de la pared. 
 
Con golpes secos, las piedras cedieron y dejaron al descubierto una estancia sellada hacía siglos. Allí, sobre un altar olvidado, descansaba una imagen de Cristo crucificado. Y a sus pies, milagro imposible, ardía todavía un farol, cuyo fuego tembloroso iluminaba el rostro del Redentor.
 
Nadie supo explicar cómo aquella llama había resistido más de trescientos años, cómo ni el viento ni el tiempo ni la soledad lograron extinguirla. El asombro se convirtió en silencio, y el silencio en devoción. 
 
 
El rey mandó consagrar el lugar al culto cristiano, bajo el nombre del Cristo de la Luz, y desde entonces Toledo guarda en su memoria aquel farol eterno que brilló contra toda razón, como símbolo de fe incorruptible.
 
Dicen los viejos toledanos que, si uno se acerca de noche a la antigua ermita, aún puede sentir un resplandor misterioso en el aire, como si la llama milagrosa no se hubiera extinguido del todo y siguiera ardiendo en la memoria de la ciudad.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
 (N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


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