Día Internacional de la Mujer
En El Real de San Vicente, un pequeño pueblo enclavado en la mágica Sierra de San Vicente, la mañana del 8 de marzo amaneció clara y fresca. El aire limpio que bajaba desde el Mirador de la Sierra acariciaba los campos donde los castaños y robles se alzaban firmes, como testigos silenciosos de tantas historias.
Las fuentes centenarias, como la Fuente del Bonal o las Fuentes de "Los Caños", murmuraban con el fluir del agua, recordando a quienes, generación tras generación, habían bebido de ellas.
En la plaza del pueblo, las mujeres se reunían con orgullo. Somos "Realeñas", decían, pero sobre todo, somos mujeres que hemos heredado la fuerza de nuestras abuelas, aquellas que, entre labores del campo y el cuidado de la familia, nunca dejaron de soñar con un futuro más justo.
Desde temprano, un grupo de jóvenes preparaba el escenario para el baile de "Tejetecordón" con cintas de colores, una tradición que, como ellas mismas, entrelazaba el pasado con la esperanza del mañana.
Entre las risas y el sonido de los tambores, María, una mujer trabajadora de manos curtidas por el esfuerzo, tomó la palabra.
Sus ojos brillaban como la luna en las noches claras de la sierra. "Hoy no solo celebramos", dijo con voz firme, "hoy recordamos la lucha de tantas mujeres que nos abrieron camino. Aquí, en mi pueblo, entre la naturaleza y la tranquilidad, sabemos que el trabajo de la mujer ha sostenido estas tierras. Pero no basta con recordar, es momento de seguir alzando la voz por la igualdad y por sus derechos".
El aplauso retumbó entre las montañas, y mientras las cintas de colores danzaban en el aire, una cosa quedaba clara: en El Real de San Vicente, cada 8 de marzo era más que una fecha; era un compromiso con todas las mujeres que fueron, que son y que serán.